Yonquis del ruido

I.
Vivimos inmersos en la sociedad del exceso. Nuestros cuerpos sobreviven a un bombardeo continuo de estímulos visuales y auditivos. Hemos llegado a creer que esto es normal. Incluso hemos llegado a necesitar nuestra dosis diaria de sobre estimulación y dispersión, nos hace sentir vivos. Vivimos al límite de nuestras capacidades pero no podemos parar, no vaya a ser que nos perdamos algo.

Hacemos muchas cosas apetecibles pero no profundizamos en ellas. Lo que antes tenía sentido ahora ya no. Perdemos concentración, interés y cada día estamos más cansados. Vivimos distraídos, muy distraídos. Somos incapaces de estar concentrados durante mucho tiempo. Haz la prueba. Siéntate y elige centrar tu atención en un objeto o tema de tu interés durante 3 minutos seguidos. Verás cómo la mente se distrae con cualquier idea o estímulo externo antes de que pasen 30 segundos.

Realmente necesitamos descansar, recogernos y darnos cuenta de qué nos está pasando. Nos percibimos con mayor claridad en los momentos de silencio y relajación. Reordenamos nuestro mundo en la medida que nos reordenamos por dentro. Por eso, entre otras muchas cosas, las técnicas de yoga son muy útiles en situaciones de estrés.

II.
Hemos hecho del silencio un extraño. No forma parte de nuestras vidas sino como intervalo entre dos acontecimientos. Lo hemos desprovisto de identidad propia. Hace unos años se publicó un libro fascinante llamado Viaje al Silencio. Su autora Sara Maitland (1950) narra sus experiencias en lugares apartados como desiertos, bosques y monasterios. Llega a los límites del silencio, a un silencio inhumano, como lo describe ella, donde la percepción del tiempo cambia, el yo se enfrenta a sus miedos y lo extraordinario se revela en lo cotidiano.

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La escucha activa del silencio nos depara muchas sorpresas. El revolucionario compositor y pensador americano John Cage (1912/1992), después de haber entrado en la cámara anecoica de la universidad de Harvard, llegaba a la conclusión de que el silencio no existe. Si escuchamos atentos, el silencio evidencia la vida de nuestro corazón, la circulación de la sangre y muchas otras cosas en las que no reparamos.


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El silencio es una cualidad del vacío y éste no existe sino en los espacios siderales y en el interior de nuestra mente. La mente se impregna de todo aquéllo que perciben los sentidos. Lo que leemos, lo que vemos, lo que hablamos, los lugares que habitamos, todo. El exceso de contenido mental genera una dinámica ruidosa que parece excitante pero a la larga nos agota. La mente necesita recuperar su silencio natural.

Pitágoras (582-507 a.C.) exigía a sus alumnos el voto de silencio porque decía que de él nacía un lenguaje más profundo. Saber escuchar es la base de todo aprendizaje y para ello es necesario un cierto grado de silencio. Muchos pensadores, científicos y artistas, de todos los tiempos y lugares, han desarrollado su conocimiento a partir de una “visión” o revelación sutil (shruti). Estos planteamientos son similares a los ofrecidos por el pensamiento hindú. Los cuatro textos en los que se basa el hinduísmo se denominan vedas. Este término se traduce del sánscrito como conocimiento y proviene, igual que la palabra verdad, de un término indoeuropeo relacionado con la visión.

El filosofo alemán Ludwig Wittgenstein (1889-1951) decía que el conocimiento sólo podemos gestarlo en el interior de nuestro propio silencio. No a través de la actividad mental de un yo charlatán y ruidoso. En este sentido una de las técnicas más interesantes del yoga es la restricción de los estímulos externos o pratyahara. Esta técnica es la transición natural a la práctica del silencio interior o Antar Mouna. Una de las técnicas más interesantes del yoga mental.


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(Fragmentos doblados al español de una película de Derek Jarman sobre la vida de Ludwig Wittgenstein. La versión íntegra en inglés está disponible en internet.)

III.
Después de tanto ruido os quiero proponer una experiencia muy sencilla de recogimiento interior… Tápate los oídos con algodones. Ponte cómodo en un lugar en el que no seas molestado durante 5 minutos. Presta atención sólo al sonido de tu respiración. Viaja con ese sonido hasta el lugar más profundo que puedas sentir de tu cuerpo y descansa en ese espacio interior durante unos minutos. Con cada inhalación centra tu atención en el sonido interior del aire, con cada exhalación vacíate de todo lo demás.

Los efectos calmantes de este sencillo ejercicio son fácilmente constatados por todo tipo de personas. La mente necesita un soporte para mantener su atención y vaciarse de otros contenidos. El sonido del aire, la respiración psíquica o victoriosa ujayi, es ideal para ello. Haz la prueba, no pierdes nada. Con el tiempo podrás escuchar el sonido de tu respiración sin necesidad de taparte los oídos.

El conocimiento sutil se esconde en los silencios. Está al alcance de todos, presta atención, sé constante y práctica la escucha silenciosa.

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