¿Qué ocurriría si desconectaras de Internet durante un año? ¿Se hundiría el mundo? ¿Te hundirías tú? ¿Tu vida social se iría al traste? ¿Te aburrirías como una ostra?
Paul Miller, escritor y Blogger sobre tecnología en The Verge, narra cómo ha sido su experiencia de estar todo un año sin Internet. Según cuenta, el comienzo de su experimento fue todo un éxito. Su vida empezó a enriquecerse, empezó a escribir de nuevo, a salir más en bici, a leer, perdió peso, etc.; pero según iba pasando el tiempo empezó a perder gradualmente la vitalidad recién adquirida, su inspiración y sus nuevas aficiones. Volvió a caer en la monotonía y el aburrimiento. Miren y escuchen…
Después de lo visto, parece que el ser humano, antes y después de la invasión tecnológica, sigue siendo el mismo en lo fundamental. Las nuevas tecnologías, que unos ensalzan y otros condenan, son poderosos recursos que los seres humanos usamos para desplegar las virtudes y los vicios que nos son propios. Ni más ni menos, el mismo hombre con otro collar. Todos tendemos a la inercia como no pongamos de nuestra parte.
Programar algún cambio en nuestras vidas es positivo porque nos provee de estímulos y otros horizontes. También es cierto que nos encanta cambiar en lo superficial y dejar intacto lo esencial. Somos expertos en cambiar las formas pero no los contenidos. Y es que los cambios reales necesitan de una reflexión previa que no todos estamos dispuestos a hacer. A veces un golpe de «mala suerte», una enfermedad o una situación de crisis repetida nos obligan a parar y repensar nuestra vida de otra manera.
No hay quien nos saque de nuestro conocido espacio de confort. Cómo nos encanta echarle la culpa al mundo, a la familia, al jefe, a la pareja, a la sociedad, a la tele, a Internet, a los mercados de valores… Todo menos admitir nuestros errores y plantear cambios. Nunca es tarde, siempre hay una posibilidad de hacerlo mejor.