Un último viaje al corazón de la estrella muerta antes de salir de nuevo al mundo…
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Demasiadas emociones en tan poco tiempo. Había querido salvar el barco sin contar con sus compañeros. Sin mala fe, por puro convencimiento lo había intentado, pero no había sido posible. Juan estaba exhausto, agotado, sin fuerzas para mover su cuerpo. Su mente iba a la deriva, como el barco, dando bandazos en todas direcciones. En el momento álgido de la tormenta, el oleaje lo elevó por los aires convirtiendo la realidad en un sueño. Chocó con algo y se sintió quebrar. Los sentidos abandonaron su cuerpo. El océano acabó con todo. La conciencia de Juan se apagó como una vela en medio de un huracán.
Negro, fundido a negro, nada, vacío, oscuridad, abismo. Un diminuto deseo parecía surgir en medio de la noche sin fin. Un abrir de ojos sin rostro. Su cuerpo no era un cuerpo sino un extraño espacio del cosmos. A la vez se sentía pequeño. ¿Qué era aquel lugar? ¿Sería esto la muerte?
La idea surgió de la nada… estaba en el corazón de una estrella muerta. El silencio era total o casi. El silencio vibraba, la oscuridad cobraba vida con aquel pensamiento. Se quedó muy quieto, enmudeció. Intentó percibir de nuevo la idea. Estaba en el corazón de una estrella muerta. De alguna manera sabía que era verdad.
¿Cómo había llegado allí? Inmediatamente surgió la respuesta. Su corazón se había detenido unos instantes. Lo suficiente como para llegar allí. Quiso mirar a su alrededor pero no pudo. No tenía cuerpo. Sólo había espacio, vibración, silencio. Podía sentir la presencia de la estrella muerta. Su corazón se había detenido unos instantes. Sabía que era verdad.
¿Y estás muerta de verdad?… Supongo que sí, contestó la estrella.
¿Cómo es posible que estés muerta si puedes oírme y contestar mis preguntas?… Yo tengo una pregunta mejor, dijo la estrella, ¿cómo es que tú puedes oírme si yo estoy muerta? Yo debo de estar muerto también, pensó.
¿Y ahora qué?… Ahora todo, replicó la estrella.
Perplejo esperó unos instantes antes de seguir preguntando. ¿Por qué se extinguió tu luz? Esta vez aparecieron unas imágenes en su mente. La estrella se iluminó con un brillo inusitado. La luz se hizo cegadora. Ardiendo con tanta intensidad se consumió a sí misma hasta quedar convertida en nada. Sólo quedaron cenizas flotando en la oscuridad.
Se le ocurrió preguntar, ¿y tus cenizas? …Mis cenizas son tus pensamientos. Lo que queda de mí está en ti. Se volvió a callar.
Tengo una última pregunta, pensó, ¿y por qué yo? La respuesta no se hizo esperar. Porque en tu corazón hay una estrella y esa estrella soy yo… Daba igual lo raro que pudiese sonar. Supo que era verdad.
Algo iba creciendo en su interior. Había llegado el momento de tomar una decisión. Un diminuto deseo surgió de la nada: salvar a la estrella. Inmediatamente supo que la estrella era su hogar. La estrella había confiado en él y él iba a salvarla.
Abrió los ojos. Su cuerpo era un cuerpo dolorido y maltrecho. Un cuerpo pequeño que albergaba una estrella. Una estrella que flotaba en el espacio infinito del universo. El corazón de la estrella se iluminó. Lo suficiente como para ver en ella a sus compañeros de viaje que lo miraban expectantes, preocupados e inquietos. Ellos le habían salvado la vida. Lo habían encontrado atrapado en uno de los cabos de la red dorada que sujetaba el barco. Lo habían cuidado durante el tiempo que había estado inconsciente.
La tormenta había pasado. Había dejado a su paso la embarcación destrozada. Nada que no tuviera remedio. Se sentía sereno. La luz del amanecer le pareció brillante. Se le metía dentro. Su corazón se iluminaba, la estrella renacía de sus cenizas. Más que nunca se sintió parte de la tripulación. La red dorada le había salvado de perderse en las profundidades del océano. En los momentos difíciles sus amigos habían cuidado de él. Ahora él cuidaría de ellos. Ahora sabía que los demás eran su estrella. La luz del sol brilló en sus ojos. Por un instante pensó en compartir con los demás su experiencia pero no lo hizo. Guardó silencio y siguió mirando la línea irreal que dibujaba el horizonte.
La ilustración es de María Pérez-Aguilera,
diseñadora editorial de una elegancia y sencillez mágicas.