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El narcisismo está de moda. El centro de la ciudad está lleno de animales seductores que buscan su reflejo en la mirada de otro. La sociedad mima a los eternos adolescentes, a los consumidores de placeres y belleza efímera. Las presas invierten en apariencia con la misma pasión con la que quieren ser deseadas. La belleza promete placer, felicidad, amor y dinero. La belleza se sobrevalora, se tergiversa y prostituye en una nueva religión.
Los elegidos acaparan la atención, suscitan insatisfacción, provocan ansiedad y las ventas se disparan. Desaparece el individuo y aparece la imagen del dios hecho carne. Los nuevos creyentes se traicionan queriendo ser alguien que no son. Caen en la trampa de idealizar la belleza ajena y no reconocen la propia. Rendidos a los pies de la forma se olvidan del contenido. Su alma languidece.
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Todos somos dioses desterrados en un país extranjero, habitamos el mundo poliédrico de Vishnu y sus mil rostros, el cielo fractal de Indra y sus innumerables ojos. Somos fronterizos y anfibios, un conflicto de oscuridad y luz retando al amor. Somos monstruos y demonios, somos imágenes negadas en un espejo de realidades más profundas. La fealdad nos protege de la ilusión de los sentidos. La belleza del ser humano es desigual.
Si descuidamos los mundos internos no reconocemos las señales. Si perseguimos metas imposibles, satisfacemos compulsivamente nuestros deseos. Cegados por conquistar el mundo queremos ser más grandes que la vida. Necesitamos urgentemente recuperar el arte de hacer de nuestros defectos virtudes y de nuestros vicios motivo de reflexión. Somos ciegos guiados por la mirada de los demás.
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Los nuevos ídolos de lo efímero están aquí. Se apropian de lo ajeno y a cambio ofrecen el enigmático encanto de la tragedia. Se revisten con las formas de lo bello pero están solos. Se les utiliza y venera pero nadie los ama. Devorados por su propio deseo, cazadores cazados del olvido, pierden la capacidad de amar. Esfinges modernas que devoran a sus fieles.
La belleza natural se diluye a medida que llenamos de artificios nuestra existencia. La belleza sofisticada es un cadáver exquisito, una diversión intelectual en los márgenes de la cordura. La belleza no pertenece al ser que la porta. Cada uno de nosotros tiene una belleza única que esconde propiedades mágicas y salvadoras. Hay personas que se transfiguran en animales sagrados. La belleza interna es un talismán protector y sólo obedece a la verdad.
Nota: Las imágenes pertenecen a la obra del escultor Igor Mitoraj. Hasta Noviembre del 2011 expone sus obras al aire libre en el Valle de los Templos en Agrigento, Sicilia. Si este verano estás cerca no te lo pierdas.